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El valor de la familia natural: El caso a favor del matrimonio

Es para mí un gran privilegio dirigirles la palabra hoy. Aprecio de corazón esta convención y sus objetivos. Estoy consciente de que por lo menos en lo que llamamos la sociedad occidental, está deteriorándose rápidamente la familia tradicional en la que hay un padre, una madre e hijos. Mi esposa Christiane y yo, que hemos estado felizmente casados por más de treinta y tres años, junto con nuestros siete hijos y cinco nietos hasta la fecha, parecemos formar parte de algo que va muriendo, una rareza en el mundo de hoy. La gente nos mira con asombro y nos pregunta: “¿Siete hijos, una esposa, treinta y tres años?” A algunos les damos pena y otros nos consideran afortunados; no obstante, no nos sentimos ni mal ni afortunados, sino simplemente felices. Vivimos la vida que soñamos y que siempre quisimos tener. Nos sentimos realizados y gratificados. El élder Russell M. Nelson, quien habló en el Congreso Europeo sobre la Familia de 2009 en Amsterdam, dijo recientemente:
“Nacimos con la capacidad de crecer, amar, casarnos y formar familias.
“El matrimonio y la familia son ordenados por Dios. La familia es la unidad social más importante.… Satisface los deseos más profundos del alma humana: el anhelo natural de una asociación sin fin con los queridos miembros de la familia de uno” (“Demos gracias a Dios”, Liahona, mayo de 2012, pág. 77).

Aún cuando muchas personas añoran la vida familiar tradicional, cada vez son menos los que la tienen. Durante la segunda mitad del siglo pasado, la cantidad de casamientos anuales disminuyó en Alemania más del 40%. Demasiados jóvenes ya no se casan. Muchos fomentan una diversidad de estilos de vida personales, a menudo impulsados por la diversión, la libertad y la realización personal. El principio empresarial del “valor del accionista” se ha intercalado en la vida individual y en la familia, o sea, baja inversión y un rendimiento rápido y alto. El credo general parece ser: “Estoy dispuesto a casarme e incluso tener uno o dos hijos si eso no interfiere con mi carrera o mi estilo de vida personal”. Y eso es exactamente lo que ocurre: Se planifican y se establecen la familia y los hijos alrededor de la carrera y los intereses personales. A veces los hijos incluso se convierten en un pasatiempo para los padres. El objetivo es aumentar el placer de la vida para los adultos individuales.

Sin embargo, el precio de seguir por este rumbo es muy elevado. A menudo en esas relaciones no se ven los atributos que forman la base de matrimonios y familias de éxito, como son el sacrificio, el amor, la consideración, compromiso, servicio, paciencia, perseverancia y fidelidad. Los deseos, las atracciones y las oportunidades personales toman precedencia. Las tormentas pequeñas, que todos tienen que enfrentar en la vida, causan que las familias se desintegren rápidamente. En el mundo de hoy, en el que casi todos piensan que deben poder conseguir todo lo que desean, las personas se vuelven cada vez más egoístas y menos satisfechas. No es de sorprenderse que la tasa de divorcio aumentó de 9.6% en 1955 a un pico de 56% en 2003. En los últimos diez años, la tasa de divorcio en Alemania ha superado con regularidad la marca del 50%. Pero Alemania no está sola. Estamos rodeados de vecinos que enfrentan el mismo tipo de problemas.

El deterioro de la familia se refleja no sólo en menos casamientos y en tasas de divorcio más elevadas, sino también en el nacimiento de muchos menos niños. Y los recién nacidos que sí vienen a este mundo a menudo nacen fuera del matrimonio y son criados en una familia monoparental. Más del 90% de esos niños vive con su madre y no tienen la influencia del padre en su vida.

La falta de la influencia del padre en el hogar tiene un efecto importante en los hijos. El periodista Claus Jacobi escribió:
“Se ha obtenido una supuesta mejora en la calidad de vida de los adultos a costa de los pequeños. Todo divorcio hiere su pequeña alma. Al igual que las tortugas, muchos de ellos no conocen a su padre. Otros miran a través de la ventana de una casa extraña o crecen en un clan desintegrado. Mientras el papá persigue su carrera y la mamá se hace valer, a ellos, que después de todo son inocentes, se les encarga a guarderías infantiles, se les mete en hogares o se les estaciona frente al televisor, el cual les enseña nuevas crueldades cada día” (Claus Jacobi, “Like Turtles, Many German Children Don’t Know Their Fathers,” Welt am Sonntag, 5 de noviembre de 2001).

Todos estos acontecimientos tienen consecuencias serias para la sociedad. Los padres y las madres abrumados, muchos de ellos criando solos a los hijos o en familias ensambladas, lidian con hijos desorientados que se rebelan. Los niños que buscan sentirse acogidos se sienten atraídos a las pandillas organizadas, lo que a su vez crea un problema de seguridad. Entre los niños aumenta la pobreza y disminuyen las oportunidades educativas. Muchos de ellos sienten que en su futuro no hay nada positivo que puedan anhelar.

Los presupuestos nacionales que se están disparando indican que los gastos más grandes son los que tienen que ver con los problemas sociales y los gastos de seguridad. El obtener la “paz social” se ha vuelto un programa político. Reflexionando en los motivos de los recientes brotes de violencia en el Reino Unido en 2011, el Rabino Principal de la Gran Bretaña, Jonathan Sacks, escribió:
“En casi toda sociedad occidental, en la década de los sesentas, hubo una revolución moral, un abandono de toda su ética tradicional de autocontrol. Todo lo que necesitas, cantaron los Beatles, es el amor. El código moral judeocristiano se echó por la borda. Y en su lugar tenemos: lo que funciona para ti. Los Diez Mandamientos se volvieron a redactar como las Diez Sugerencias Creativas. O como dijo Allan Bloom: ‘Yo soy Jehová tu Dios: ¡Tranquilo!’” (Jonathan Sacks, “Reversing the Decay of London Undone”, The Wall Street Journal, 20 de agosto de 2011).

Aunque es vital entender los problemas creados por la desintegración de la familia, el solo hacer una lista de los problemas nunca los resolverá. Es necesario entender la razón de los cambios. Si identificamos las causas y entendemos por qué está sucediendo, tendremos mejores posibilidades de buscar las soluciones.

Hace más de cien años, el clérigo norteamericano Henry M. Field comentó:
“La pérdida del respeto popular por la religión es la putrefacción de las instituciones sociales. El concepto de que Dios es el Creador y el Padre de todo el género humano es, en el mundo moral, lo que la gravedad es para el mundo natural; da solidez y causa que [todo] gire alrededor de un centro común. Si eso se elimina, los hombres [y las mujeres] quedan separados: no existe tal cosa como el género humano, sino sólo moléculas separadas [de hombre y mujeres que van a la deriva por el universo], sin más cohesión [ni significado] que tantos granos de arena” (Henry M. Field, citado en A Dictionary of Thoughts, Tryon Edwards, ed., 1891, pág. 478).

Ese pensamiento, aunque se expresó en el siglo XIX, sigue siendo verdad en la actualidad. No sólo necesitamos reconstruir la confianza en el valor del matrimonio y la familia, sino también la fe en Dios. La religión juega un papel vital en lo que atañe a valores, responsabilidad y el uso adecuado del albedrío, que es nuestra capacidad de elegir. Por lo tanto, hoy quiero defender el  matrimonio y la familia, basado y concentrado en la creencia en Dios y en el Creador.

Mi fe y confianza en Dios tienen un impacto en lo que hago. Mis acciones son diferentes como consecuencia de creer en un Ser Supremo y en la vida después de la muerte. Esas creencias profundizan mi comprensión del albedrío y amplían mi perspectiva de la vida. Estoy agradecido de que Dios nos haya dado a mí y a mis compañeros en la vida mortal la capacidad para tomar decisiones, pero comprendo que junto con esa oportunidad de elegir también tenemos una gran responsabilidad. Sé que mis acciones importan y que soy responsable ante Dios por la forma en que elijo vivir la vida.

Las personas de la tradición judeocristiana creen que Dios dijo: “No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él... Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se allegará a su mujer, y serán una sola carne” (Génesis 2:18, 24). En este decreto encontramos una de las razones de Dios para el matrimonio: Dios reconoce que sencillamente no es bueno que el hombre esté solo. Uno de los propósitos principales de la vida es casarse y tener hijos.

En “La Familia: Una proclamación para el mundo”, publicada en septiembre de 1995 por La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, leemos:

“Todos los seres humanos, hombres y mujeres, son creados a la imagen de Dios… El primer mandamiento que Dios les dio a Adán y a Eva se relacionaba con el potencial que, como esposo y esposa, tenían de ser padres… El esposo y la esposa tienen la solemne responsabilidad de amarse y de cuidarse el uno al otro, así como a sus hijos. “…herencia de Jehová son los hijos” (Salmos 127:3). Los padres tienen el deber sagrado de criar a sus hijos con amor y rectitud, de proveer para sus necesidades físicas y espirituales, y de enseñarles a amarse y a servirse el uno al otro, a observar los mandamientos de Dios y a ser ciudadanos respetuosos de la ley dondequiera que vivan. Los esposos y las esposas, las madres y los padres, serán responsables ante Dios del cumplimiento de estas obligaciones”.

La Proclamación declara además:
“Los hijos merecen nacer dentro de los lazos del matrimonio y ser criados por un padre y una madre que honran sus votos matrimoniales con completa fidelidad… Los matrimonios y las familias que logran tener éxito se establecen y se mantienen sobre los principios de la fe, de la oración, del arrepentimiento, del perdón, del respeto, del amor, de la compasión, del trabajo y de las actividades recreativas edificantes”.

Debemos enseñar y volver a enseñar estos principios. Desde el principio del mundo, la intención nunca fue que los hombres permanecieran solos sino que vivieran en familias. Si no hay familias saludables, no puede haber civilizaciones saludables.

El historiador norteamericano Will Durant advirtió: “La familia es el núcleo de la civilización” (Will Durant: BrainyQuote.com. 12 de abril de 2012).

La civilización y la sociedad pueden ser y serán tan firmes como lo sean sus familias.  Este concepto posiblemente se haya declarado cien veces en convenciones y conferencias a favor de las familias similares a ésta alrededor del globo terráqueo. Yo quisiera agregar la siguiente declaración a esa verdad tan obvia: La familia puede ser y será tan firme como el matrimonio en el cual está basada. Por tanto, necesitamos ayudar a la gente a entender por qué debe casarse y cómo puede lograr el éxito en el matrimonio. Debemos anunciar que la inversión bien vale todo el esfuerzo. Debemos continuamente suplicar que haya más matrimonios, mejores matrimonios, los cuales, con los años, se vuelvan matrimonios firmes y duraderos. La relación entre el hombre y la mujer que esté fundada en la fe mutua y en el amor a Dios se convierte en el cimiento sobre el cual la pareja puede crecer en su amor y respeto y velar el uno por el otro.

En mi propia vida me he dado cuenta de que mi satisfacción y propósito más profundos son el resultado de mi matrimonio y de las amorosas relaciones familiares que se han derivado de él. Esa felicidad no se puede comprar con dinero y ciertamente no se puede lograr en la vía rápida. A mí me tomó ser padre por 32 años para experimentar, tan solo hace unos días, una maravillosa excursión con nuestra nieta de 2 años. Salimos a caminar juntos, sólo nosotros dos, y nos divertimos mucho, descubrimos mucho y creamos muchos recuerdos muy lindos. Para poder experimentar tal felicidad y satisfacción, a través de los años he tenido que concentrarme en el bienestar de los demás, y no en los placeres egocéntricos y las satisfacciones rápidas. He tratado de ser la persona más bondadosa que sé que Dios quiere que sea.

Terminaré citando al poeta alemán Johann Wolfgang von Goethe, quien dijo:
“El matrimonio es el inicio y la cumbre de toda cultura. Suaviza a la persona brusca, y la persona más educada no tiene mejor oportunidad de comprobar su ternura. Debe ser inquebrantable, porque brinda tanta felicidad que en comparación la infelicidad de cada persona palidece hasta ser insignificante. ¿Y por qué hablar de infelicidad? Lo que pasa es que la impaciencia invade a las personas de vez en cuando, y entonces se consideran infelices. ¡Que pase el momento, y entonces se considerarán felices de que algo que ha perseverado por tanto tiempo aún perdure!” (Johann Wolfgang von Goethe, The Elective Affinities, Tübingen: in der J.G.Gottaischen Buchhandlung, página I, 9).

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