Comunicado de Prensa

El sendero hacia la prosperidad

Muchos han visto a la prosperidad únicamente desde una perspectiva financiera, por lo que para prosperar en esta estrecha visión de las cosas sólo se mira las señales exteriores de la riqueza, y en consecuencia pronto la atención se centra en los bienes materiales o en la idea fija de tenerlos. Inevitablemente esta disposición da lugar a sentimientos de envidia, codicia y egoísmo. También crea una enorme distancia entre nosotros y las necesidades de nuestros semejantes, incluso de nuestra familia, ya que no se dedica más tiempo a lo que es más importante, sino a lo que más deseamos.

¿Qué pasa con la prosperidad espiritual?

Podemos obtener una clara comprensión de que somos hijos de nuestro Padre Celestial y que Él tiene un plan de felicidad para nosotros. A través de la expiación de Jesucristo y de nuestra fidelidad, podemos volver a Él. El entender de que Él nos ama y que nos dio los mandamientos para ayudarnos a hacer frente a las adversidades de la vida nos guiará a un sendero de gratitud por todo lo que tenemos. Incluso cuando tengamos pocas posesiones materiales tendremos un sentido de gratitud por las cosas que son más importantes:
 

  • Nuestra familia
  • El ser miembros de la Iglesia del Señor
  • Los templos
  • Los mensajes de los profetas vivientes
  • Las Escrituras

Sólo para mencionar algunas de las muchas bendiciones que podemos disfrutar en la vida terrenal.

A medida que anhelemos cada día acercarnos a nuestro Padre Celestial, aumentaremos nuestro deseo de guardar todos los mandamientos y por lo tanto creceremos espiritualmente.

En Doctrina y Convenios 29:34 dice: “Por tanto, de cierto os digo que para mí todas las cosas son espirituales; y en ninguna ocasión os he dado una ley que fuese temporal, ni a ningún hombre, ni a los hijos de los hombres, ni a Adán, vuestro padre, a quien yo creé”.

La ley del diezmo es una cuestión de fe, no de dinero. Es una ley espiritual, y cuando se observa la misma deja ver nuestra prosperidad espiritual y nuestra preocupación por el bienestar de los demás, es una expresión de amor por Dios y de gratitud por todo lo que hemos recibido.

Cada vez que preparo mi sobre de donativos para entregar mi diezmo y otras ofrendas al Señor, me alegra tanto saber que estoy contribuyendo al establecimiento del reino de Dios. Sé que estoy ayudando a aquellos que tienen menos que yo, sobre todo, me siento verdaderamente en el sendero hacia la prosperidad, porque crezco espiritualmente, y crezco menos apegado a las cosas que son temporales, y experimento mayor fe en las promesas de los profetas de la antigüedad y en los de la actualidad:

Malaquías 3:10.

“Traed todos los diezmos al alfolí, y haya alimento en mi casa; y probadme ahora en esto, dice Jehová de los ejércitos, si no os abriré las ventanas de los cielos y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde”.

“Le[s] recomiendo aceptar la invitación, del Señor de “[probarlo] ahora, en esto”. Paguen su diezmo; abran, las ventanas de los cielos; serán bendecidos abundantemente por su obediencia y fidelidad a las leyes y mandamientos del Señor.”  (Élder Robert D. Hales, del Quórum de los Doce Apóstoles, Conferencia General, Liahona, octubre de 2002).
A lo largo de mi vida, debido a la ley del diezmo he podido apreciar más la necesidad de hacer y mantener un presupuesto familiar, y de usar prudentemente los recursos con los que hemos sido bendecidos. Debido a esta ley he sido bendecido para discernir más claramente lo que es más importante para mí y mi familia.

El diezmo no es una ley de dinero, sino una ley de fe y de gratitud, y es sin duda una que nos pondrá en el sendero hacia la prosperidad. De eso testifico, en el nombre de Jesucristo. Amén.

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