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Élder Robert D. Hales: En los asuntos del Señor

Era 1975, Robert D. Hales tenía 42 años y era una estrella emergente en el mundo de los negocios, tras haber ocupado puestos de alta responsabilidad en empresas muy importantes, y se encontraba a un paso de ocupar el cargo más alto de Chesebrough-Ponds cuando, durante una importante reunión de ejecutivos, recibió una nota que, literalmente, le cambió la vida. La nota le indicaba que Marion G. Romney, miembro de la Primera Presidencia de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, estaba al teléfono esperando hablar con él. “Pedí disculpas por retirarme y el presidente de la empresa me miró como diciendo que más me valía que hubiera habido una muerte en la familia”, recordaba el élder Hales riendo. “Cuando regresé de mi conversación con el presidente Romney, el presidente de la empresa dijo: ‘Ha regresado como un hombre distinto’”;  y verdaderamente era un hombre distinto, que debía ocuparse de un asunto distinto. Poco tiempo después, el élder Hales fue llamado a una vida de servicio en la Iglesia, lo que significaba que debía renunciar a su cargo en la empresa y mudarse a Salt Lake City. Tras ocupar muchos puestos de liderazgo en la Iglesia, además de su servicio como ayudante del Cuórum de los Doce Apóstoles, miembro de los Setenta y Obispo Presidente, fue llamado al Cuórum de los Doce Apóstoles en abril de 1994. El élder Hales declaró que, al mirar atrás, le parecía un proceso muy natural dedicar su vida a la Iglesia porque ya había decidido poner su vida “en las manos del Señor” cuando era un joven estudiante que se esforzaba por lograr una maestría en la Universidad Harvard.

 

En Harvard, casado y con dos hijos pequeños, fue llamado a ocupar un puesto de supervisión en la Iglesia, un trabajo voluntario que conllevaba grandes responsabilidades a las que debía dedicar mucho tiempo. Él sabía que le resultaría extremadamente difícil seguir el ritmo impuesto por el rigor y la intensidad del programa de posgrado y trabajar como voluntario para la Iglesia. “Estaba preocupado por mis notas y tenía miedo de fallar si dedicaba tiempo a un llamamiento de ese tipo”, dijo el élder Hales. Pero hablando con su esposa, Mary, llegaron a la conclusión de que podía hacer las dos cosas: estudiar y servir en la Iglesia. Al día siguiente, cuando el élder Hales regresó a casa de la universidad, descubrió que Mary había arreglado una sección del sótano de su apartamento, que estaba sin terminar, donde había colocado dos grandes paneles y una partición para crear una pequeña oficina en la que él pudiera estudiar y ocuparse de los asuntos de la Iglesia.

El élder Hales dijo: “Esa decisión fue mucho más difícil de tomar entonces que años más tarde, cuando acepté el llamamiento de prestar servicio como ayudante de los Doce y abandoné mi profesión en el mundo de los negocios. Es posible que a algunas personas les resulte difícil entenderlo, pero creo que uno le demuestra realmente al Señor quién es y en qué está dispuesto a convertirse cuando toma ese tipo de decisiones difíciles durante su juventud”.

De niño, en la ciudad de Nueva York, el élder Hales aprendió a valorar su apasionante vecindario, formado por personas de todas las religiones y todos los orígenes. Muy pronto se dio cuenta de que “la mayor parte de las personas, en las diferentes culturas del mundo, sienten los mismos deseos con respecto a sí mismas y a sus familias”. Esas ideas edificaron la personalidad de aquel joven que, años después, como ejecutivo de negocios y líder de la Iglesia, llegaría a vivir en Inglaterra, Alemania y España, donde construyó puentes a lo largo del camino con las personas que le rodeaban. Su hijo David declaró: “Es un buen negociador; es capaz de hablar con las dos partes y mantenerlas concentradas en los problemas y los objetivos finales”. Su hijo Stephen añadió: “Siempre desea hacer lo correcto por el motivo correcto”.

El élder Hales también se interesó por las enseñanzas del Evangelio a temprana edad. “Mi madre me dijo que yo leía la Biblia cuando tenía ocho años. Era algo privado; no recuerdo ningún día en el que no creyera. Mi testimonio es un don que recibí”.  

Otro don que recibió el élder Hales fueron sus padres. Él dijo que lo más importante que le enseñó su padre fue “cómo tratar a mi madre y a mi hermana”. Igual de influyente en su vida, la madre del élder Hales lo instruyó en el servicio caritativo. Cuando obtuvo su licencia para conducir a los 16 años, se daba por sentado que parte de su responsabilidad consistía en ayudar a su madre cuando ésta visitaba a los menos afortunados como parte de su servicio en la Iglesia. Aprendió a llevar alimentos, a cuidar de los animales domésticos y a disfrutar sinceramente ayudando a los demás. Años más tarde, esas lecciones sobre cómo extender una mano a los menos afortunados le proporcionarían una perspectiva única como Obispo Presidente de la Iglesia, quien tiene la responsabilidad de prestar servicio humanitario en todo el mundo.

“El élder Hales edifica a la gente”, afirmó el presidente Henry B. Eyring, miembro de la Primera Presidencia y también Apóstol. “Durante muchos años ha ayudado a las personas de manera silenciosa. Cuando se entera de que alguien tiene una necesidad, inmediatamente hace algo al respecto”.

Tanto el presidente Eyring como el élder Hales crecieron en la parte noreste de los Estados Unidos y luego asistieron a la Universidad de Utah y a la Facultad de Administración de Empresas de Harvard. “Así que lo conocí de niño y también de joven, y luego como Obispo Presidente de la Iglesia”, explicó el presidente Eyring.

“No sólo fue leal a las personas con las que trabajaba, sino también a todas las personas a las que conoció. Lo vi luchar por personas por las que no tenía que luchar, pero lo hizo”, dijo el presidente Eyring.

Las personas y las relaciones siempre fueron una característica distintiva de la vida del élder Hales. De hecho, eso es lo que más impresionó a su esposa, Mary, cuando conoció al élder Hales en su segundo año de universidad. “Cuando éramos novios siempre me escuchaba. Mis sentimientos le importaban y siguen importándole. No siempre estamos de acuerdo y tenemos nuestras propias opiniones, pero sé que él escucha y valora mis opiniones”, dijo Mary.

Por su parte, el élder Hales dijo: “Conocí a mi esposa y ya no salí con ninguna otra muchacha. Lo tenía claro. Sólo le dije: ‘No saldré con otra muchacha hasta que me digas sí o no’”. Mary tardó un año en decir “sí” y el élder Hales declaró que le hizo sentirse humilde el hecho de que ella lo escogiera como esposo. “Dondequiera que hemos ido a lo largo de los años, ella ha sido maestra. Es una madre excelente, una maestra excelente y una compañera excelente”. Y añadió: “Aplicamos el refrán de los cuáqueros que dice: ‘Elévame y te elevaré, y ascenderemos juntos’”. Su nuera Susan dijo: “Forman una asociación completa. Cualquier pareja podría tomar su matrimonio como modelo. Su relación es totalmente igualitaria; ninguno de los dos domina al otro. Se valoran todas las opiniones”.

“Ella era la única persona que he conocido que podía decirle a él que debía hacer algo de otra forma, y él lo hacía… Él confiaba en ella de una manera que muy pocas veces he visto en una pareja”, dijo el presidente Eyring. “La trataba como si fuera una de las mejores personas que había conocido”.

El élder Hales también aprendió a valorar la vida misma y a recabar conocimiento hasta de los momentos más difíciles después de sufrir varios ataques al corazón y someterse a cirugía de corazón abierto. Dijo: “Ahora soy una persona distinta. Cuando estás en la cama y ves pasar cada día con el sol reflejándose en la pared, entonces empiezas a decirte a ti mismo: ‘Creo que sé qué lección se me está enseñando aquí’. En eso consiste todo”. Y prosiguió así: “No se preocupen por las cuestiones políticas que les rodean. Díganse a sí mismos: ‘Sé que me puedo marchar en cualquier momento. Sé que estoy aquí por Tu voluntad. Estaré aquí y haré lo que Tú desees que haga. Haré sólo lo que deba hacer en mi llamamiento’. Así es como doy forma a mi vida”.

Quizás fuera por esa razón que cuando se le preguntaba qué era lo que más disfrutaba de ser Apóstol, el élder Hales respondía sin dudar: “Infundir esperanza y uno hace eso mediante el testimonio, el nutrir y el cuidar”.

Mientras servía en la Fuerza Aérea de los Estados Unidos de América durante cuatro años como piloto de combate, el élder Hales aprendió un importante principio que aplicó en los aspectos espirituales de la vida durante su posterior ministerio. “El lema de nuestra unidad era: ‘Vuelve con honor’”, dijo el élder Hales. “Este lema fue para nosotros un recordatorio constante de nuestra determinación de regresar a nuestra base con honor después de dar todo lo que estaba de nuestra parte por cumplir con éxito todos los aspectos de la misión que se nos había encomendado”.

“Debe ser recordado como una persona absolutamente íntegra, sencillamente como una persona que siempre tuvo buen criterio, que siempre deseó hacer lo correcto, que siempre supo lo que era correcto y que siempre se preocupó por los demás”, dijo el presidente Eyring.

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