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Invitados al trigésimo cuarto aniversario de la Constitución española de 1978

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Elder Faustino Lopez 02
inales de noviembre, me llamaron del Hostal del Templo de Madrid para decirme que me había llegado la carta de las Cortes Generales, “como todos los años”. En efecto, como hace ya varios años, “El Presidente del Congreso de los Diputados y el Presidente del Senado” me invitaban, como ”Director en España de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días (Mormones)”, “a la recepción que, con motivo del Día de la Constitución, tendrá lugar en el Palacio del Senado, el jueves 6 de diciembre de 2012, a las 12:00 horas”.

Se conmemoraba el trigésimo cuarto aniversario de la Constitución de 1978. Y “como todos los años”, fui al Congreso de los Diputados para participar en la celebración. Pero el Congreso estaba cerrado por obras, y comprobé mi error al revisar la invitación, en la que claramente se podía leer que la recepción tendría lugar en el “Palacio del Senado”. Yo había llegado con sólo diez minutos de adelanto, insuficientes para el camino que tenía que tomar: volver a la Plaza de Cibeles, subir la calle Alcalá, bajar la Gran Vía hasta la Plaza de España, tirar por la Cuesta de San Vicente y, finalmente, girar frente al Palacio Real hasta la Plaza de la Marina, donde está el Palacio del Senado.

El Palacio del Senado es un edificio del siglo XVI, antiguo Colegio de religiosos agustinos, que forma parte del complejo del Real Monasterio de la Encarnación. Este edificio ha sido sede tradicional del Senado desde la primera mitad del siglo XIX hasta 1923. El Consejo Nacional del Movimiento lo ocupó en tiempos del General Franco. En la “Transición”, la institución del Senado volvió a la vida política española, y otra vez se instaló en este palacio. Y, junto con el Congreso de los Diputados, ayudó a redactar la constitución española de 1978. Ahora, treinta y cuatro años después, los tres poderes del estado español se reunían en este palacio para recordar este acontecimiento.

Cuando llegué, estaban todos dentro. Mostré al personal de la entrada la invitación, y me preguntaron los apellidos. “López Requena”, contesté, convencido de que, como ocurre todos los años, me iban a decir que no estaba en la lista de invitados. Mientras pensaba cómo justificarme, la señora buscó en la lista, y preguntó, “¿Faustino?”. Yo asentí con alivio y satisfacción: ¡Por fin, después de varios años, la invitación estaba respaldada por la lista oficial! En años anteriores me sentí como invitado de segunda, sujeto a la misericordia y lástima del personal de acceso al palacio; ahora entraba con todos los derechos.

En el interior, el presidente del Senado estaba dando su discurso. Los invitados llenaban el palacio, y sólo unos pocos podían estar en el salón en el que, rodeado por el gobierno, daba su mensaje Pío García Escudero; los demás, lo veían en unas pantallas preparadas en diferentes salones. Jesús Posada, presidente del Congreso, habló después, haciendo una llamada a la concordia y al entendimiento, al diálogo y a los acuerdos entre todas las fuerzas políticas para salir de la crisis. Dijo que no era momento para las discrepancias, sino para seguir el espíritu de la Constitución, que es nuestro marco jurídico y político para el progreso, y nuestra inspiración para comenzar una etapa de recuperación…

Acabados los discursos, los presentes se mezclaron, y empezaron los esfuerzos para acercarse a los miembros del gobierno y de la oposición. Saludos, presentaciones… Yo buscaba a alguien conocido que me ayudara a salir de la soledad en que nos encontramos las minorías religiosas, a pesar de la Constitución. Entonces vi a tres amigos que estaban charlando: el Archimandrita Demetrio, Arzobispo Ortodoxo de España y Portugal; Mariano Blázquez Burgo, secretario ejecutivo de la FEREDE (evangélicos o protestantes), y Riay Tatary Bakry, presidente de las Comunidades Islámicas de España. Durante años hemos estado reuniéndonos en la sede de la Dirección General (hoy “Subdirección”) de Relaciones con las Confesiones, y en la sede de la Fundación Pluralismo y Convivencia, ambas del Ministerio de Justicia, luchando por derechos que no acaban de llegar. Allí estábamos los cuatro, viendo desfilar delante de nosotros caras conocidas de la política, de los medios de comunicación… De vez en cuando, se acercaban algunos a saludarnos: Ana Botella, Alcaldesa de Madrid; Soledad Becerril, que nos dijo que había sido elegida como Defensora del Pueblo; Tomás Gómez, Secretario General del Partido Socialista de Madrid, y portavoz socialista en la Asamblea de Madrid; Alberto Núñez Feijoo, presidente de la Junta de Galicia; Trinidad Jiménez, política socialista que ha sido ministra de Sanidad y de Asuntos Exteriores… Entre bromas, los compañeros decían al Archimandrita Demetrio que era su hábito lo que atraía a los políticos. Y que quizá ellos deberían haber hecho uso de los suyos, en lugar de la camisa y la corbata. Yo era la primera vez que saludaba a tantos políticos: “A quien a buen árbol se arrima…”.

La verdad es que cuando me presentaba a todos estos políticos como el representante de los mormones de España, no hacían mucho aprecio. Pero lo importante es que estamos en la lista de los grupos religiosos cuya presencia se valora en los actos institucionales. Y hay que saber ocupar con dignidad y agradecimiento el sitio que te dan: no ser el centro de la atención no tiene por qué descentrarnos de lo que realmente importa.

 

 

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