Comentario

La ética comunitaria mormona


Una característica que a menudo se atribuye a los Santos de los Últimos Días es que cuidan de los suyos. Aunque esto normalmente se acepta como un cumplido, lo cierto es que solamente representa una cara de la moneda. Los mormones también alzan la vista al exterior. La costumbre de cooperar que existe entre el pueblo mormón se está expandiendo a comunidades y grupos religiosos más grandes.

Una comunidad que se fortalece a sí misma tiene una capacidad mucho mayor de ayudar a otras comunidades.


Un ejemplo de esta proyección hacia el exterior se observa en Monterrey, California, donde durante los últimos tres años las congregaciones mormonas se han unido con otras congregaciones cristianas para velar por los pobres y necesitados; dan de comer a los que no pueden sustentarse por sí mismos y ofrecer consuelo en momentos de necesidad. Esta comunidad interconfesional planifica y organiza oportunidades para que sus feligreses presten servicio juntos. En muchos otros lugares se están produciendo iniciativas similares sin que se les dé mucho bombo y platillo.

Entonces, ¿qué es lo que hay detrás de esta ética comunitaria mormona? En muchos aspectos, la comunidad mormona aspira al modelo del cristianismo primitivo. Esta comunidad de santos compara su acción conjunta al “cuerpo de Cristo”. Del mismo modo que las diversas partes del cuerpo funcionan juntas de manera compatible, cada persona contribuye con el conjunto. Así sucede con los Santos de los Últimos Días.

No tiene por qué ser una paradoja, como afirmó recientemente Los Angeles Times, que la fe mormona está “arraigada tanto en la autosuficiencia como en el idealismo comunitario”. Los valores de la responsabilidad compartida y el compromiso ayudaron a los pioneros mormones a establecer colonias por las zonas despobladas del Oeste Americano. El éxito individual no le aprovecha a uno mismo, sino que le permite contribuir con el bien común. La verdadera historia de los mormones es la del éxito de la comunidad.

Comentando esta práctica de la solidaridad, un redactor de The New Republic explicó que el mormonismo moderno “constituye el experimento más prolongado con el idealismo comunitario en nuestro país, el cual promueve la distribución de la carga, una característica de la época fronteriza que se ha perdido en los Estados Unidos contemporáneos”. Otro redactor, esta vez de The New York Times, aseveró que “no existe ningún grupo de población en los Estados Unidos que viva esta visión de la buena sociedad como lo hacen los Santos de los Últimos Días”.

Una premisa fundamental de la comunidad mormona es que no existe separación entre uno y su prójimo. El bienestar de uno está vinculado con el de su prójimo. El Libro de Mormón recalca la importancia de “que todo hombre estimara a su prójimo como a sí mismo”, y el prójimo no incluye solamente a los demás miembros de la Iglesia. Abarca a todas las personas en nuestra interacción con la sociedad. Los Santos de los Últimos Días creen que todos formamos parte de la misma familia divina. Nuestras relaciones con las personas que nos rodean revisten una importancia perdurable. Las Escrituras mormonas enseñan lo siguiente: “Y la misma sociabilidad que existe entre nosotros aquí [en la vida mortal] existirá entre nosotros allá [en la eternidad]; pero la acompañará una gloria eterna”. El cielo, en su esencia, se compone de relaciones.

Cuando se bautizan para unirse a la fe, los Santos de los Últimos Días se comprometen a “llevar las cargas los unos de los otros” y “llorar con los que lloran”. El hecho de tomar parte en los problemas de las personas no impide amarles, sino que lo hace posible. Newsweek lo expresó acertadamente: “Allá donde viven los mormones, forman parte de una red de interés mutuo; en la teología mormona, todos son ministros de algún tipo, todos están facultados de algún modo para hacer el bien a los demás, y para que otros se lo hagan a ellos: Se trata de un convenio de cuidado mutuo en el siglo XXI”. Esta obligación bidireccional es la que posibilita la comunidad.

La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días cuenta con diversos programas que alientan a sus miembros a pensar primero en su prójimo. Los mormones aportan donaciones a un programa de bienestar que está manejado, administrado y puesto en marcha por miembros tanto pobres como ricos. Todos participan en el sistema y no es necesario ser mormón para participar. Ya sea que uno haya caído enfermo, que haya perdido a un miembro de la familia que la sustentaba, o que no consiga encontrar trabajo, esta red de compasión se esfuerza verdaderamente por volver a colocar a las personas en una situación estable. A todo el mundo le suceden cosas malas, tanto cerca como lejos. Además, cuando se producen catástrofes en lugares de cualquier lugar del mundo, los voluntarios mormones ofrecen una mano de ayuda; existen también misioneros de servicio que cooperan continuamente con organizaciones humanitarias locales e internaciones para aliviar la pobreza, prevenir enfermedades y prestar socorro a los discapacitados.

Quizá una cultura de servicio espontáneo sea más importante que los programas formales. Entre los Santos de los Últimos Días son comunes los actos desinteresados en silencio: Madre e hija organizando equipos humanitarios para víctimas de un huracán, jóvenes ayudando a su padre a despejar la nieve de la entrada para el automóvil de la casa de una viuda, o una familia trabajando en unión en el jardín de un vecino enfermo. Pequeño acto por pequeño acto, así es como cultiva hábitos de carácter una comunidad de fe. La religión son muchas cosas: doctrina, ritos, mandamientos y mucho más; pero en el transcurso rutinario de la vida, Dios nos pide que estemos “al servicio de nuestros semejantes”.

No es fácil edificar la comunidad. Como cualquier proyecto humano, puede resultar enredoso e intimidador. Además de la reverencia e introspección del culto mormón, una de las primeras cosas que aprende un Santo de los Últimos Días es que la religión es un tipo de trabajo. La Iglesia no es una zona de bienestar donde acomodarse, hay que salir de uno mismo. Dado que no está dirigida por un clero profesional remunerado, los mismos miembros la dirigen, bajo la guía de líderes laicos. Todos, ya sean adultos, adolescentes o niños, ofrecen oraciones para toda la congregación, dan discursos y enseñan lecciones. Padres y madres normales dirigen organizaciones de jóvenes y proyectos de servicio. Durante estos ministerios, los Santos de los Últimos Días llegan a amar a las personas a las que prestan servicio. Es difícil buscar la espiritualidad y al mismo tiempo evitar a las personas, con sus peculiaridades de carácter. En gran parte, la espiritualidad consiste en la manera en que tratamos a las personas.

En los países del mundo entero, los mormones procuran aportar sus valores comunitarios y su buena voluntad a la sociedad en general. Cada vez están más integrados en los vecindarios y comunidades locales. Thomas S. Monson, Presidente de la Iglesia, ha recalcado la “responsabilidad de ser activos en las comunidades en las que vivimos”. Es tan probable que usted se encuentre con un mormón en la asociación de padres de alumnos de su escuela, como en el banco de alimentos o el grupo interconfesional local. Los Santos de los Últimos Días aúnan esfuerzos con las innumerables buenas personas del mundo que se esfuerzan por resolver los difíciles problemas que nos afectan a todos. José Smith, el fundador de la Iglesia, capta esta aspiración de la siguiente manera: “El hombre que se siente lleno del amor de Dios no se conforma con bendecir solamente a su familia, sino que va por todo el mundo, con el deseo de bendecir a toda la raza humana”.

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