Comunicado de Prensa

Recordando la Conferencia General a través de los años

Con los grandes avances tecnológicos que ha habido en el último siglo, los miembros y amigos de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días de todo el mundo han disfrutado de los beneficios que brinda el mayor acceso a la conferencia general. En Europa, los que siguen la conferencia no siempre han tenido tan fácil acceso a las transmisiones.

Norbert Meissner, de Alemania, recuerda la época en que la conferencia general se transmitía a las capillas mediante una línea telefónica. Sus padres lo llevaban a él y a sus dos hermanos al centro de estaca en Núremberg, donde se quedaban todo el día. Él tenía diez años de edad y era “muy aburrido” para él.

“La calidad de la transmisión era muy baja”, indicó Meissner. “Sonaba como una llamada telefónica, pero no digital. Era una señal analógica con todo el molesto ruido”.

Daryl Watson, de Escocia, recuerda la conferencia general a fines de la década de 1960, cuando se transmitía a las capillas por medio de una línea telefónica.

“Mi familia tenía que viajar a la capilla de Edimburgo a unos 48 kilómetros de distancia, para escuchar la conferencia”, señaló Watson.

Un ingeniero de telefonía tenía que instalar una línea telefónica especial pocos días antes de la conferencia, para luego volver a desconectarla tras la misma. A la mamá de Watson se le dificultaba ese método, particularmente porque tenía niños pequeños.

“La línea se desconectaba a menudo y no se escuchaba nada por un rato”, apuntó Watson.
Con el tiempo, se reemplazó la línea telefónica con la transmisión por radio, a la vez que se proyectaban imágenes de la Autoridad General que dirigía la palabra con un proyector. Eso fue hasta fines de la década de 1970, época en la cual las estacas recibían cintas de video de la conferencia semanas después de cada sesión. Se programaban sesiones especiales a las que los miembros asistían.

Dinis Adriano, de Portugal, recuerda haber visto la conferencia general en cintas de video al final de su adolescencia.

“Fue el discurso de despedida de Bruce R. McConkie”, recordó Dinis. “Era una actividad de sábado y me impresionó mucho. Recuerdo haber escuchado al élder McConkie dar su poderoso mensaje y no recuerdo todo con precisión, pero sí haber sentido el Espíritu de manera que nunca antes lo había sentido”.

El hermano de Dinis, Paulo, recuerda haber leído la revista Liahona después de la conferencia general.

“El proceso de traducción al portugués tomaba mucho tiempo”, comentó Paulo. “Recuerdo que me dirigía directamente a las páginas centrales para ver si había habido cambios importantes en los quórumes”.

Una vez que llegaron las transmisiones por satélite, la experiencia cambió “de manera especial” para Pablo.

“El hecho de poder ver en vivo al presidente Ezra Taft Benson y a todas las Autoridades Generales fue una experiencia única”, afirmó Paulo. También recuerda haber recibido las cintas de video. “Al volver la vista atrás, suena raro que hayamos tenido que esperar de dos a tres meses para saber lo que se había dicho en la conferencia general”.

Hanno Luschin, de Alemania, también recuerda las transmisiones por satélite. Él llevaba a su familia al centro de estaca para ver la conferencia cada seis meses y nunca se perdió una. Él y su familia vivían en Inglaterra a mediados de la década de 1990, y gracias a los avances en la tecnología podían ajustar la pequeña antena parabólica que tenían en casa para recibir la señal de la conferencia general.

“Siempre era una aventura cuando uno de mis hijos mayores se subía a una escalera para girar levemente la antena receptora en el techo de la casa y yo verificaba la intensidad de la señal en el televisor, a fin de recibir una imagen y un sonido nítidos”, explicó Luschin.

Una vez que internet permitió que la conferencia general fuera más accesible, Luschin comenzó a ver la conferencia general en vivo en su casa. Dado que su familia se mudó a distintas partes de Europa, la hora de la transmisión era cada vez más tarde, por lo que Luschin la veía en la madrugada y en ocasiones terminaba cerca de las 5 de la mañana.

“Cada minuto valía la pena”, aseveró Luschin. Muchas veces recuerda las épocas pasadas en las que tomaba meses para que llegara el mensaje a diversas partes del mundo.

“Cuán bendecidos somos de tener acceso a las palabras de los profetas vivientes que nos guían en estos últimos días”.

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