La Sala de Prensa Blog

Fraude por afinidad

Buenos días.

Gracias por la invitación para participar en un análisis de la actividad criminal tan perniciosa y destructiva conocida como el fraude por afinidad.

La mayoría de las personas de esta audiencia conocen muy bien esa práctica maliciosa y sus devastadoras consecuencias para las personas, las familias y las comunidades. Por parte de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, felicito a los organizadores de este evento y a los que lo apoyan por embarcarse en la doble tarea de poner al descubierto a los que se aprovechan de los débiles y desprevenidos, y a la vez advertir e informar a las posibles víctimas. Cualquier crimen en el que una persona le quita a otra los bienes de este mundo, es digno de censura; pero los crímenes que por su misma naturaleza se centran en los que confían, en los ancianos y en los indefensos, son reprobables.

Hace poco menos de dos mil años, el apóstol Pablo se reunió con un grupo de élderes en la antigua ciudad de Éfeso. Les advirtió que miraran por todo el rebaño que cuidaban, porque después de la partida de Pablo entrarían en medio de ellos “lobos rapaces que no [perdonarían] al rebaño”. Dijo que esas personas hablarían “cosas perversas para arrastrar a los discípulos tras sí” (véase Hechos 20:28-30).

Claro que Pablo no hablaba del fraude por afinidad, sino de los que tratarían de distorsionar las enseñanzas y las prácticas de la Iglesia de aquellos primeros días. Sin embargo, cuando leí esto recientemente, me impactó lo acertado del lenguaje para el problema de hoy. “Lobos vestidos de ovejas” es una manera adecuada para describir a los autores del fraude por afinidad.

Apenas esta semana conversaba con un compañero de trabajo que es obispo en un barrio de los Santos de los Últimos Días en el centro de la ciudad. Él me habló de dos casos de fraude por afinidad en su propia comunidad. Una de las personas afectadas es una dama soltera que tiene más de ochenta años. Ella está lejos de ser rica. Durante toda la vida ha vivido con frugalidad y responsabilidad, ha trabajando en empleos regulares que eran buenos pero que pagaban poco. Ahora, en el ocaso de su vida y sola, ya no trabaja pero depende de los recursos que ahorró tan cuidadosamente para su descanso y jubilación. Hace unos años invirtió parte de esos recursos con alguien en quien ella pensaba que podía confiar. Su dinero terminó en una inversión fraudulenta tipo Ponzi que estafó decenas de millones de dólares a los inversionistas. La pérdida de ella fue una porción minúscula de esa suma, pero era casi todo lo que ella había ahorrado.

Esa mujer trata de mantener un semblante alegre, pero ahora casi no puede darse el lujo de tener la luz de su casa prendida. Es demasiado autosuficiente como para pedir ayuda, así que lucha por arreglárselas con lo que tiene. Recorta cupones diligentemente, y cada vez que va a la tienda, cuenta cuidadosamente su dinero para asegurarse de tener lo suficiente para pagar sus alimentos y cubrir los impuestos. No tiene ninguna oportunidad de mejorar su situación financiera, por lo que ciertamente tendrá dificultades financieras el resto de su vida. El empobrecimiento y la desesperación de la vida de esa mujer digna ponen de relieve el costo real del fraude por afinidad. Su blanco son las personas vulnerables. Roban la blanca de la viuda.

Debemos hacer notar que esa viuda no era codiciosa. No buscaba un rendimiento poco realista de sus ahorros ni un plan que la hiciera rica de un día para otro. Simplemente quería invertir los ahorros de toda la vida en un lugar seguro y prudente y recibir un rendimiento razonable de su inversión. Sé que hay miembros de nuestras comunidades que sí especulan con imprudencia. Esa es otra cara de la misma moneda, aunque tengo menos empatía por los que deberían ser más conscientes y son codiciosos que por los que son vulnerables por su edad, por estar solos en la vida o por confiar ingenuamente.

Tristemente, este problema no es nuevo, y por años los líderes de nuestras diversas iglesias y otros personajes públicos han advertido a sus comunidades que no deben fiarse de los que tratan de tentarlos a separarse de sus ahorros sin mucho cuidado y sin hacer evaluaciones minuciosas.

Esto es especialmente difícil porque los autores del fraude por afinidad, al igual que los que abusan y maltratan a los niños, son aves de rapiña que se aprovechan de una de las cosas que más valoramos: la confianza, que permite que nuestras comunidades sean lo que son. Disfrutamos de vivir en una comunidad en la que no tenemos que sospechar de los motivos de los que consideramos vecinos o quizás hasta amigos.

Un importante estudio sociológico de la religión que se publicó hace poco en un libro llamado American Grace da algunas pistas de las razones por las que las comunidades religiosas son tan atractivas para los estafadores. Primero, el estudio advirtió que en general la gente religiosa tiende a ser más amigable y ser mejores ciudadanos que los que no son religiosos. Es más probable que los ciudadanos religiosos, afirma el estudio, donen a organizaciones caritativas, ofrezcan servicio voluntario en causas caritativas y ayuden a los necesitados.

Pero de acuerdo con el estudio, también es más probable que los americanos religiosos hagan otra cosa: confiar. Están mucho más dispuestos que los no religiosos a tener confianza, dice el estudio, “en casi todas las personas”. Los investigadores dicen que esto incluye a “dependientes de tiendas, vecinos, compañeros de trabajo, personas de su mismo grupo étnico, personas de otros grupos étnicos e incluso extraños”. Los estudiosos no dedujeron por qué es así, pero especulan que quizás sea porque las personas religiosas “pasan tiempo con personas dignas de confianza, o quizás porque su fe les insta a mirar el lado más positivo de las cosas” (págs. 460-461).

En consecuencia, los estafadores que promueven el fraude por afinidad con frecuencia son, o fingen ser, miembros del grupo. A menudo convencen a respetados líderes de la comunidad o de la religión dentro del grupo de correr la voz de la inversión y convencer a las personas de que esa inversión fraudulenta es legítima y que vale la pena. Muchas veces, esos líderes llegan a ser de esa forma víctimas involuntarias de la artimaña del estafador.

Criminales como Bernie Madoff, que está sirviendo una sentencia de 150 años en la cárcel —la máxima sentencia permitida— en cierta forma sirven para recordarnos la enormidad de este crimen. En ese caso, se extrajeron miles de millones de dólares de inversionistas en el transcurso de varias décadas. Pero al leer de tales casos, también podríamos caer en la trampa de pensar que el fraude por afinidad les ocurre a otras personas, en otro lugar.

Esa forma de pensar hace que seamos parte del problema en lugar de parte de la solución. No tenemos que volvernos paranoicos ni sacrificar lo mejor de nuestras comunidades para tratar este problema. Pero sí debemos informarnos unos a otros para usar una buena cantidad de sentido común, y en especial debemos velar por los que son vulnerables entre nosotros y cuidarles las espaldas. Al mirar los mensajes que los líderes de mi propia Iglesia han repetido sobre el tema en el transcurso de muchos años, destacan varios elementos:

En febrero de 2008, la Primera Presidencia de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días emitió una carta que debía leerse en todos los barrios en los Estados Unidos y Canadá. Al advertir en cuanto a “quienes hagan uso de las relaciones de confianza para promover inversiones y planes de negocios riesgosos o fraudulentos”, la Primera Presidencia sugirió algunos principios sólidos y sencillos:

“Primero, evitar las deudas innecesarias, en especial las deudas de consumo; segundo, antes de invertir, procurar el consejo de un asesor calificado y certificado; y tercero, ser prudente”. Después instaron a los líderes de las congregaciones de nuestra propia Iglesia a enseñar y recalcar estos principios con regularidad.

El mensaje de la Primera Presidencia no era nuevo. Al buscar en años anteriores, encontré numerosos discursos pronunciados por miembros de la Primera Presidencia y del Quórum de los Doce Apóstoles en los que decían esencialmente lo mismo, a veces con gran detalle.

En agosto del año pasado, el élder L. Tom Perry, uno de los apóstoles de más antigüedad, advirtió lo siguiente en un artículo publicado en la revista Ensign, publicación oficial de la Iglesia SUD:

“A muchas personas les gusta participar de actividades que producen ganancias rápidas y con frecuencia se aprovechan de otras personas que tratan de actuar de acuerdo con las reglas establecidas por las buenas prácticas. Este mundo veloz ha aumentado la tentación de que la gente viva según sus propias reglas” (“La tradición de una vida recta y equilibrada”, Liahona, agosto de 2011, pág. 52).

Algunos de los apóstoles han tratado el tema por 25 años o más. El élder M. Russell Ballard dijo esto en 1987:
“No hay ningún atajo que pueda llevarnos a la seguridad económica. No confíen su dinero a otras personas sin haber hecho una cuidadosa investigación sobre la inversión que les proponen. Son muchos los que han perdido demasiado dinero por confiar sus bienes a otros. En mi opinión, jamás lograremos el equilibrio en nuestra vida a menos que controlemos firmemente nuestras finanzas” (véase “El equilibrio en las exigencias de la vida”, Liahona, julio de 1987, pág. 13).

Un año antes, el élder Dallin H. Oaks, que no es sólo apóstol sino también fue juez de la Suprema Corte de Justicia de Utah, dijo: “Promotores intrigantes con lenguas de seda y con modos halagadores engañan a sus vecinos y los convencen de que hagan inversiones que los promotores saben que son más especulativas de lo que se atreven a revelar. El fraude es un delito difícil de comprobar y por tanto difícil de castigar. Sin embargo, la deficiencia de las leyes del hombre no justifica la transgresión de las leyes de Dios. Aunque su forma de robar puede ser inmune al castigo terrenal, los ladrones sofisticados de camisa blanca y corbata finalmente serán identificados y castigados” (“Brother’s Keeper”, Ensign, noviembre de 1986, pág. 20).

El finado apóstol Marvin J. Ashton habló de este tema en varias ocasiones e incluyó este consejo acertado: “Eviten a las personas que exigen decisiones inmediatas o dinero en efectivo al momento. Todas las oportunidades de inversión que realmente valen la pena aguantan la deliberación y el buen juicio. Es imperioso que tengamos conocimiento de todos los hechos y que consideremos detenidamente todos los antecedentes antes de adoptar decisiones que sean para el bienestar de todos” (“This Is No Harm”, Ensign, mayo de 1982, pág. 9).

Apóstoles de la Iglesia han dado mensajes similares muchas veces antes y después de esos mensajes.
Los que practican el fraude por afinidad disfrazan su avaricia con afecto fingido y su codicia con muestras de generosidad e interés en las personas. Donde atacan los depredadores financieros, dejan atrás una estela de personas quebrantadas, cicatrices profundas, comunidades fragmentadas, temor y desconfianza. El fraude quizás no sea un crimen violento, pero causa gran violencia en la vida de la víctima, en su felicidad y en su sentimiento de valía personal.

Al acumularse estas tragedias, algunas personas están planteando preguntas importantes: ¿Por qué, a pesar de las advertencias, parece ocurrir esto con tanta frecuencia?

Hace unas semanas se publicó un artículo en la revista Economist, con el encabezado: “Desplumar a la bandada: El gran negocio de estafar a los que confían en ti”. En esencia, el artículo resaltaba lo que parece ser una tendencia entre los estafadores en la última década de enfocarse en las comunidades religiosas para aprovecharse de ellas, y explica cómo ese problema asedia a muchos grupos religiosos por todos los Estados Unidos, “extendi[éndose] por todo tipo de creencias”. Hace resaltar los problemas entre los bautistas del Sur y relata la gigantesca secuela de la confabulación de Bernie Madoff, que se originó en las comunidades judías y al final tuvo un costo estimado de veinte mil millones de dólares. También menciona el estado de Utah, y señala que el fraude por afinidad relacionado con la religión también es un problema aquí.

La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días reconoce la importancia de este problema y está profundamente preocupada por el daño que puede causar. Al salir a luz la amenaza del fraude por afinidad y del fraude de otros tipos en años recientes, la Iglesia ha aumentado su esfuerzo por enseñar a sus miembros y por instarles a vivir de acuerdo con principios financieros sólidos, además de evitar el peligro de las aves de presa financieras.

Los líderes generales de la Iglesia cuentan con tres medios primordiales de comunicación con los miembros de la iglesia: a través de los discursos de la conferencia general, mediante cartas a las congregaciones de la Iglesia y a través de consejos y capacitación impartidos a los obispos, que son los líderes de nuestras congregaciones locales. Además, los líderes de la Iglesia a veces utilizan la prensa popular para llegar a un público más amplio. En años recientes, la Iglesia ha utilizado cada uno de estos medios para tratar de hacer llegar esta advertencia a sus miembros.

Los miembros de la Iglesia no deben permitir que su confianza natural los ciegue a los peligros de los que tratan de aprovecharse de esa confianza.

Los miembros harían bien en hacer caso de la advertencia de la Primera Presidencia de “ser prudentes” en todos sus asuntos financieros. Deben cultivar un escepticismo sano de todas las oportunidades de inversión y consultar a personas competentes en el entendimiento cabal de los riesgos que implican dichas oportunidades. A los Santos de los Últimos Días yo diría lo siguiente: Si alguien —ya sea dentro o fuera de la Iglesia— acude a ustedes con una propuesta financiera, asegúrense de practicar criterio financiero y de consultar a asesores competentes y profesionales que tengan reputaciones públicas bien establecidas. Existe una diferencia entre la confianza y la ingenuidad, y los miembros de la Iglesia deben estar bien informados y tener precaución.

La Iglesia ofrece estas advertencias con la esperanza de que se puedan prevenir las estafas financieras entre sus miembros desde un principio. Para los que han caído víctimas, la Iglesia ofrece su apoyo. Coopera plenamente con las investigaciones de fraude, y los autores del crimen quedan sujetos a la disciplina de la Iglesia además de la pena criminal. La norma de la Iglesia es devolver a los miembros los donativos que puedan estar vinculados a ganancias mal habidas, según lo determinen los tribunales civiles.

La existencia del fraude por afinidad y del fraude de otros tipos, no debe debilitar nuestra fe religiosa ni tampoco nuestra fe en la humanidad. Tampoco debe ensombrecer nuestro compromiso con nuestras comunidades religiosas, que son fuente de fortaleza indescriptible para muchas personas, entre ellas los Santos de los Últimos Días. En realidad, sí podemos mantener la fortaleza y la unidad de todas nuestras comunidades y a la vez desarrollar sensibilidad y precaución adicionales. Nuestra confianza en los demás se debe ganar y verificar, y en los asuntos financieros, debemos ejercer cuidado especial. Este tipo de vigilancia permite que la religión lleve todos sus buenos frutos a nuestra sociedad y nos protege de los que abusarían de nuestras virtudes para su propio provecho.

A ustedes que han dedicado su tiempo privado a la causa de informar al público en cuanto a este crimen insidioso, ofrecemos nuestro encomio y les deseamos todo el éxito.

Examinar el Blog

Acerca de: Lea el blog de la Sala de Prensa Mormona de la Iglesia de Jesuscristo de los Santos de los Últimos Días y mantenganse al tanto de los asuntos públicos relacionados con la Iglesia.

Nota sobre la Guía de Estilo: Al publicar noticias o reportajes sobre La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, tenga a bien utilizar el nombre completo de la Iglesia la primera vez que la mencione. Para más información sobre el uso del nombre de la Iglesia, visite nuestraGuía de estilo.