A continuación se ofrece una transcripción del discurso que
pronunció el élder M. Russell Ballard en la ceremonia de graduación
de la Universidad Brigham Young el 13 de agosto de 2009.
Cuando les miro a ustedes, nuevos graduados, se me llena el corazón
de tiernos sentimientos. Aunque no me resulte posible estrecharles
la mano ni mirarles a los ojos personalmente, deseo que sepan que
son valiosos a la vista de su Padre Celestial. Él les ama, y los
líderes de la Iglesia también les aman.
También deseo que sepan que tienen por delante un emocionante y
significativo servicio al Señor. Soy consciente de que ustedes son
quienes son hoy, gracias a los años de sacrificio de sus padres y
de cada uno de ustedes. Hoy les miro y reconozco sus años de
dedicación a la Iglesia así como al estudio y aplicación de los
principios del Evangelio para nutrir su propio testimonio. Les miro
y veo el futuro de la Iglesia; no sólo los futuros obispos,
presidentes de estaca, presidentes de misión y líderes de las
organizaciones auxiliares, sino las grandes filas de futuros padres
y madres, maestros de la Primaria y de la Escuela Dominical,
líderes de los jóvenes, maestros orientadores y maestras
visitantes, líderes scout, directores de coro y muchísimos más que
servirán al Señor en el siglo XXI.
Será un siglo diferente del que acaba de pasar. En ciertos sentidos
será mejor; en otros, será mucho más difícil para ustedes y sus
hijos. Una cosa sí es ineludible: será su siglo, en el cual tendrán
la oportunidad de dejar su huella para bien o no. Procurarán
influir en los demás, y otras personas procurarán influir en
ustedes. Compartirán y promoverán sus valores fundamentales,
arraigados en el Evangelio restaurado de Jesucristo, o bien
permitirán que los demás definan los valores de ustedes y de su
posteridad.
En el futuro, la comunicación seguirá cambiando, por medio de
Internet y las nuevas tecnologías de los medios de comunicación. El
mundo ciberespacial en el que viven (con teléfonos celulares que
permiten descargar vídeos e iTunes, redes sociales como Facebook,
mensajería de texto, blogs, Twitter, agendas de mano y podcasts) es
sólo el comienzo de lo que vendrá después en este destacable auge
de la tecnología. Esto me hace desear haber nacido veinte años
después, para que ahora supiera cómo hacer que funcione mi iPhone
cuando no se porta bien, lo cual sucede bastante a menudo.
Nos encontramos en una lucha titánica, mis jóvenes hermanos y
hermanas. Desde el amanecer de la historia de la humanidad, siempre
ha sido así. El bien y el mal siempre nos han acompañado, así como
el derecho de escoger el uno o el otro. En el tiempo que tengo para
estar con ustedes hoy, deseo compartir unos pensamientos acerca de
cómo defender firmemente la verdad.
Recientemente estuve viendo unos estudios sobre cómo perciben las
demás personas a los miembros de la Iglesia. Este tema me interesa
desde hace mucho tiempo, ya que mis asignaciones en la Iglesia han
tenido mucho que ver con la obra misional. Saber cómo nos ven otras
personas es un elemento importante para comprender la mejor manera
de explicarnos a nosotros mismos. En este estudio en particular se
reveló una interesante observación. Se indicaba que los miembros de
nuestra Iglesia a veces dan una imagen muy defensiva a las personas
que no son miembros. Uno de los encuestados llegó incluso a decir
que, cuando los mormones explican sus creencias, su manera de
expresarse sugiere que están esperando una crítica.
Ésta no ha sido la primera vez que he escuchado este tipo de
observación, pero a medida que he pensado en ella, he llegado a
comprenderla mejor. Si no prestamos atención, podemos transmitir la
sensación de que estamos a la defensiva al comunicarnos con los
demás.
Creo que comprendo algunas de las razones de ello. Desde el momento
en que José Smith salió de la Arboleda Sagrada en 1820, ha habido
personas que han reaccionado negativamente, incluso con hostilidad,
hacia nuestro mensaje. José nos dice en sus propias palabras que la
primera vez que intentó compartir lo que había visto con una
persona ajena a su familia, no tuvo una experiencia agradable. El
ministro protestante con quien compartió su mensaje le dijo que era
“del diablo” y que ya no existían tales cosas como visiones y
revelaciones. Si a José le pareció desagradable aquello, fue porque
todavía no era consciente del implacable poder del adversario.
Cuanto más crecía la Iglesia, más parecía atraer la hostilidad. El
pequeño grupo de santos fieles fue expulsado de un lugar a otro. A
José debió de parecerle que habían tocado fondo con el terrible
sufrimiento en la cárcel de Liberty, junto con la orden de
exterminación que el gobernador de Missouri emitió en contra de los
miembros de la Iglesia. Por supuesto, las cosas siguieron
empeorando, y José y Hyrum pagaron por su trabajo, testimonio y fe
con la vida. Aquel fue el acto final que lanzó la gran travesía
hacia el oeste, dirigida por Brigham Young, que nos condujo hasta
este desierto americano, un lugar de refugio para los miembros de
la Iglesia en las Montañas Rocosas.
Esto ya es una parte imborrable de la historia. Han escuchado
relatos de penurias y sacrificio desde que eran niños pequeños.
Incluso los conversos a la Iglesia que no tienen antepasados que
sobrevivieron a aquellos tiempos consideran a estas personas y los
acontecimientos de nuestros primeros tiempos como parte de su
propio legado. Estos relatos nos inspiran y motivan, como es
lógico, y espero y oro para que en nuestra relativa comodidad no
olvidemos nunca a estos tenaces y fieles Santos de los Últimos
Días, y las lecciones que aprendemos de ellos.
Sin embargo, ya no estamos en 1830 ni somos sólo seis
miembros. ¿Podría acaso esta actitud defensiva que otras personas
observan en nosotros indicar a veces que todavía creemos que se nos
tratará como una minoría mal considerada y obligada a huir al
oeste? En nuestras interacciones con los demás, ¿suponemos que
siempre tenemos que defendernos? En caso afirmativo, creo que
necesitamos cambiar de rumbo. Si siempre suponemos que recibiremos
críticas u objeciones, podemos caer en una inhibición malsana y una
postura defensiva que no deja una buena impresión en los demás; no
está en armonía con nuestra situación actual como Iglesia y como
gran grupo de seguidores de Jesucristo.
Como en cualquier otro aspecto, mirar al Salvador como ejemplo.
Desde el comienzo de Su ministerio, se enfrentó a una tremenda
hostilidad. Cuando predicó por primera vez en las sinagogas de
Nazaret, algunos deseaban arrojarle por un precipicio. No obstante,
Él no se dejó intimidar. Sabía que la mayoría de las personas no le
comprenderían, pero aun así declaró Su Evangelio sin temor,
utilizando frases como “Algunos os dicen… pero yo os digo…”. Sabía
lo que quería decir y lo decía sin disculparse. Según lo explican
las Escrituras, “Les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como
los escribas” (Mateo 7:29).
Si deseamos que se nos respete hoy por quienes somos, tenemos que
actuar con confianza, firmes en el conocimiento de quiénes somos y
lo que representamos, no como si tuviéramos que disculparnos por
nuestras creencias. Esto no significa que debamos ser arrogantes o
prepotentes. El respeto por las opiniones de los demás debe ser
siempre un principio fundamental para nosotros, mencionad incluso
en los Artículos de Fe. Pero, si actuamos como si fuéramos una
minoría perseguida, o como si diéramos por sentado que nos van a
malinterpretar o criticar, los demás lo percibirán y actuarán en
consecuencia.
Invito a todos los que son ex misioneros a prestar una atención muy
especial a esta cuestión. Pasaron dos años tocando puertas y
afrontando todo tipo de preguntas y objeciones concebibles. En sus
conversaciones, es fácil tener la impresión de que todavía están
tocando puertas, pero no lo están. Si se les plantea la ocasión de
compartir lo que creen, no tienen necesidad de actuar con tanta
cautela que parezcan evasivos o esperando que les critiquen. El
apóstol Pablo dijo: “No me avergüenzo del Evangelio de Cristo”
(Romanos 1:16). Cualquiera de nosotros debería poder decir lo
mismo. Personalmente, anhelo y aprecio enormemente toda oportunidad
que se me presenta de compartir mi testimonio del maravilloso
mensaje de la Restauración, y no recuerdo haber ofendido a nadie al
hacerlo.
Uno de los motivos por los que este asunto es relevante para
ustedes hoy, es porque la Iglesia se está haciendo más fuerte. En
los Estados Unidos, ya somos la cuarta Iglesia más grande. Hay
Santos de los Últimos Días por todas partes, en poblaciones de
costa a costa y de norte a sur. Aunque puede que nuestros números
estén más concentrados en el oeste, cada vez es más frecuente que
las personas de este país conozcan a un Santo de los Últimos Días
personalmente. Además, muchos miembros de la Iglesia han alcanzado
prominencia social. Un artículo reciente de la revista Time en
cuanto a la Iglesia destacaba este dato y mostraba varias
fotografías de Santos de los Últimos Días prominentes.
De por sí, esta prominencia garantiza que se va a hablar más a
menudo de la Iglesia, y que los Santos de los Últimos Días van a
encontrarse en medio de más y más conversaciones sobre el
Evangelio. Por esta razón he escogido este tema. Deben ser
sinceros, abiertos, directos, elocuentes y respetuosos con las
opiniones de los demás, y mostrar una postura nada defensiva en
cuanto a las de ustedes.
Les daré dos sugerencias en cuanto a la manera de participar en
conversaciones sin mostrarse a la defensiva.
Primera sugerencia: No dejen que las cuestiones irrelevantes
silencien los temas más importantes.
Con demasiada frecuencia, los miembros de nuestra Iglesia han
dejado que sean los demás quienes establezcan el rumbo de la
conversación. Un ejemplo de ello es el matrimonio plural, que dejó
de ser una práctica oficial de la Iglesia en 1890. Estamos en 2009;
¿por qué seguimos hablando de ello? Fue una práctica; se dejó
de lado y seguimos adelante. Si les preguntan acerca del matrimonio
plural, admitan que hubo un tiempo en que se practicó, pero que ya
no se hace, y que no se debe confundir a los polígamos con la
Iglesia. En una conversación normal, no pierdan tiempo intentando
justificar la práctica del matrimonio plural hablando de los
tiempos del Antiguo Testamento o especulando sobre las razones por
las que se practicó en cierto periodo del siglo XIX. Puede tratarse
de un tema legítimo para historiadores e investigadores, pero creo
que cuando permitimos que se convierta en el tema principal de una
conversación sobre la Iglesia, reforzamos los estereotipos
existentes.
Soy consciente de que a veces estas conversaciones vienen motivadas
por artículos que aparecen en los medios de comunicación, pero esto
no cambia en nada la situación. Hace unos meses, en una serie
acerca de la poligamia de una cadena de televisión por cable,
apareció una ceremonia sagrada del templo. Eso ocasionó una gran
inquietud entre los miembros de la Iglesia, lo cual es
comprensible. Todos nos sentimos ofendidos.
Pero me referiré a un comunicado que el Departamento de Asuntos
Públicos de la Iglesia publicó en su sección para la prensa en
Internet en aquel momento. A medida que lo vaya citando, les ruego
que se fijen en el tono que mantiene. No contiene ningún elemento
de carácter defensivo, y al mismo tiempo responde a una
representación inapropiada de una de nuestras sagradas ceremonias
religiosas:
“Al igual que ocurre con otras grandes confesiones religiosas, La
Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días se
encuentra en ocasiones en el foco de atención de Hollywood o
Broadway, las series de televisión, los libros y la prensa. A
veces, la imagen que se refleja de la Iglesia y sus miembros es
bastante real; en otros casos, esas representaciones son falsas o
se basan en estereotipos. De cuando en cuando, se caracterizan por
el más deplorable mal gusto.
“Como los católicos, judíos y musulmanes han sabido por siglos,
esta atención es inevitable cuando una institución o confesión
religiosa alcanza ciertas dimensiones o adquiere suficiente
importancia como para llamar la atención”. Entonces, el artículo
prosigue con la recomendación de que no se fomente la idea de un
boicot organizado a la red o sus compañías filiales, que algunos de
nuestros miembros estaban promoviendo activamente en
Internet.
Prosigamos con la cita de la sala de noticias:
“Como institución, La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los
Últimos Días no llama al boicot. Medidas de esa naturaleza
solamente generan el tipo de controversia de la que gustan los
medios y que, al final, no harían sino incrementar la audiencia de
la serie…
“Los Santos de los Últimos Días deben comportarse con dignidad y
consideración. No sólo es ese el modelo que enseñó Jesucristo y que
Él mismo puso de manifiesto en su vida, sino que también refleja la
realidad de la fuerza y la madurez de los miembros de la Iglesia en
la actualidad. Como alguien ha dicho hace poco… Si la Iglesia
permitiera a sus detractores y oponentes la elección del terreno en
el que se libren las batallas, se arriesgaría a ser apartada de su
foco de atención y de la misión que lleva desempeñando con éxito
casi 180 años. En lugar de ello, la Iglesia fijará su propio camino
al seguir predicando el evangelio restaurado de Jesucristo por todo
el mundo”.
Permítanme que les dé otro ejemplo reciente. Hace un año o dos, un
grupo cinematográfico independiente hizo una película en cuanto a
la masacre de Mountain Meadows. Describirla como una mala película
“de nivel B” sería muy generoso. Francamente, era horrenda, e
incluso los críticos de Hollywood la deploraron. Los promotores
hicieron todo lo que pudieron para provocar a la Iglesia a que
convirtiera este asunto en un gran tema de conversación. Lo cierto
es que no le prestamos ninguna atención. Nos negamos a que ellos
impusieran una agenda. El resultado: un fracaso total en taquilla
y, como es de suponer, muchos números rojos en las cuentas de banco
de los promotores. Al mismo tiempo, continuamos respondiendo y
extendiendo la mano de manera positiva e inteligente a los
descendientes de aquéllos que se vieron afectados por los terribles
acontecimientos de Mountain Meadows.
Recientemente, la Iglesia ha publicado un libro basado en
investigaciones rigurosas, titulado Massacre at Mountain Meadows;
este libro documenta los hechos que rodearon esa tragedia.
Ahora, mi segunda sugerencia para ustedes consiste en hacer
hincapié en que los Santos de los Últimos Días siguen a Jesucristo
y lo que Jesucristo enseña. Procuramos seguirle en todo lo que
hacemos.
En definitiva, lo más importante acerca de ustedes y de su
testimonio es que basen sus creencias en lo que enseñó Jesucristo,
y que se esfuercen por seguirle al vivir de una manera aceptable
para nuestro Padre Celestial y para el Señor.
Éstos son sus cimientos. También fueron los cimientos de José
Smith, quien dijo: “Los principios fundamentales de nuestra
religión son el testimonio de los apóstoles y de los profetas
concernientes a Jesucristo: que murió, fue sepultado, se levantó al
tercer día y ascendió a los cielos; y todas las otras cosas que
pertenecen a nuestra religión son únicamente apéndices de
eso”.
Cuando se encuentren en una conversación acerca de la Iglesia,
procuren recalcar esto. Seguimos a Jesucristo; nos esforzamos por
vivir como Él enseñó. Ese es el fundamento de nuestra fe y de
nuestra vida. Es la postura más firme y menos defensiva que se
puede tomar. No es necesario defender ni justificar nada cuando
basamos nuestra postura en las enseñanzas del Hijo de Dios y en el
hecho de que estamos haciendo todo lo que podemos por guardar sus
mandamientos.
Es una gran bendición contar con las doctrinas de Jesucristo, que
son claras para aquellos que estudian las Escrituras y aceptan Sus
enseñanzas. Al seguir la doctrina del Señor Jesucristo, llegamos a
saber que todos somos hijos de Dios y que Él nos ama. Al seguir a
Cristo, sabemos dónde vivimos antes de nacer, conocemos el
propósito de que estemos aquí en la tierra, y sabemos a dónde
iremos al abandonar esta vida terrenal. El Plan de Salvación es
claro; es el plan de Dios para la felicidad eterna de Sus
hijos.
Hay mandamientos que Dios ha dado a los hombres y mujeres para que
éstos rijan su vida. Son Sus mandamientos, y nadie está autorizado
a cambiarlos, salvo en el caso de la revelación directa al profeta
escogido por Dios.
En el mundo entero, la gente está apartándose cada vez más de las
enseñanzas del Señor en pos de una sociedad secular que describió
el apóstol Pablo:
“Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina,
sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme
a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído” (2
Timoteo 4:3—5).
Hoy es el día que vio Pablo. Existe una cantidad cada vez mayor de
personas que creen que no hay Dios, no hay Cristo, no hay plan de
redención, no hay Expiación, no hay arrepentimiento, no hay perdón,
no hay vida después de la muerte, no hay resurrección, no hay vida
eterna y no hay familias eternas selladas para estar juntas para
siempre.
Debe de ser una vida muy vacía aquella que carece de las
bendiciones de la plenitud del evangelio restaurado de Jesucristo.
Hermanos y hermanas, nosotros seguimos a Jesucristo. Conocemos el
plan de felicidad, el gran plan de redención por medio del Señor
Jesucristo. Los graduados aquí presentes conocen las doctrinas de
Jesucristo. Deben esforzarse ahora y siempre, y vivirlas en todo
momento. Sobre su generación recaerá la responsabilidad de enseñar
las doctrinas del Señor y de saber cómo edificar Su Iglesia.
Recuerden que no tienen por qué sentirse obligados a justificar sus
creencias; sólo deben explicarlas con un espíritu de amor y
amabilidad, La verdad siempre prevalece cuando se enseña la
doctrina verdadera.
Les daré varios ejemplos:
- Seguimos la doctrina de servicio a nuestros semejantes que enseñó Jesucristo. Prestamos servicio a nuestros miembros y a los que no lo son. La gran obra de servicio humanitario que llevamos a cabo en todo el mundo alivia sufrimientos y penurias. Hacemos todo lo que está en nuestra mano, compartiendo nuestros recursos de tiempo y dinero para satisfacer las necesidades de nuestros miembros y de los de otras confesiones religiosas, y tenemos en cuenta la declaración de que “en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis” (Mateo 25:40).
- Seguimos la doctrina de Jesucristo de esforzarnos por vivir la Palabra de Sabiduría, que representa una manera sensata de disfrutar de un cuerpo físico sano. Evitamos el abuso de todo tipo de drogas, ya que nuestro cuerpo es el hogar de nuestro espíritu eterno, y la felicidad en esta vida se obtiene al ser fuertes espiritualmente y sanos físicamente.
- Seguimos a Jesucristo al vivir la ley de castidad. Dios dio este mandamiento, y nunca lo ha revocado ni cambiado. Esta ley es clara y sencilla. Nadie debe participar en relaciones sexuales fuera de los límites que el Señor ha establecido. Esto se aplica a todo tipo de relaciones homosexuales, así como a las relaciones heterosexuales fuera del matrimonio. Violar la ley de castidad constituye un pecado.
- Seguimos a Jesucristo al respetar la ley divina del matrimonio,
es decir, el matrimonio entre un hombre y una mujer. Este
mandamiento ha estado en vigor desde el principio. Dios dijo: “Por
tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su
mujer, y serán una sola carne” (Génesis 2:24). Dios le dijo a Adán
y Eva: “Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla”
(Génesis 1:28).
Los profetas y apóstoles modernos reafirmaron este mandamiento en “La Familia: Una Proclamación para el Mundo”, publicada en 1995:
“Dios ha mandado que los sagrados poderes de la procreación han de emplearse sólo entre el hombre y la mujer legítimamente casados como esposo y esposa… La familia es ordenada por Dios. El matrimonio entre el hombre y la mujer es esencial para Su plan eterno”.
- Seguimos a Jesucristo y enseñamos los primeros principios del Evangelio y el resto de las maravillosas doctrinas de la Restauración a los hijos e hijas de Dios para que, cuando los acepten y apliquen, les brinden paz, gozo y felicidad.