2 de febrero de, 2010 Como consecuencia del terremoto en Haití que
dejó millones de vidas destrozadas, el mundo vio y sigue siendo
testigo de las muestras de amor, compasión y servicio a gran
escala. Es una imagen que hemos visto antes: cuando las vidas son
devastadas por un desastre, lo mejor de la humanidad surge y muchos
dejan de lado sus comodidades personales, sus compromisos e
intereses para participar en lo que de manera desinteresada en la
Biblia se describe como la religión pura y sin mácula---“visitar a
los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones…”
Miles de personas vinieron a mi Iglesia para ofrecer su ayuda - y
somos solamente una organización entre muchas. “Fui misionero ahí y
hablo creole. ¿De qué manera puedo ayudar?”, “Soy médico y puedo
salir para allá ahora mismo si me consigue un pasaje en un avión”.
Mientras que otras agencias de ayuda y gobiernos pusieron en marcha
su respuesta, La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos
Días movilizó inmediatamente los recursos de ayuda humanitaria tan
pronto se notificó a las Oficinas Generales de Salt Lake. En
ocasiones trabajamos con ONG o con otras organizaciones de
beneficencia o denominaciones religiosas, en ocasiones trabajamos
solos; administrando los esfuerzos de ayuda por medio de nuestros
almacenes de ayuda para emergencias en la República Dominicana, o
en Miami o en Denver, lo que mejor funcione. Se atienden las
necesidades más urgentes con cargamentos de emergencia a la vez que
se evalúan las necesidades a largo plazo. Todos sabemos que la
reconstrucción tomará años. Pero hubo algo que me impresionó
mientras los esfuerzos por ayudar cobraban fuerza, lo más urgente
era la atención médica y el rescate, después el suministro de
alimentos, de agua y tiendas de campaña, pero lo que los haitianos
necesitan más, es la ayuda para recuperarse del sentimiento de
desesperanza al encarar la tormenta. Esta declaración de los
líderes de mi iglesia me hizo reflexionar:
“El dinero no es la única necesidad en Haití. La gente está
asustada, desconcertada y totalmente insegura acerca de su futuro.
Además de lo que las personas pueden hacer al ayudar con alimentos,
agua y refugio, debe haber un sentimiento de sosiego que dé alivio
a esa atribulada nación. Invitamos a todas las personas que pidan a
Dios un espíritu de tranquilidad y paz para ese pueblo”. Yo no
estaba en Haití, me encontraba trabajando en mi cómoda oficina en
Salt Lake, al pendiente de las imágenes de la televisión o de la
pantalla de la computadora que transmitían los horrores sufridos
por nuestro vecino caribeño, pero esa declaración me ayudó a
imaginar lo que sentiría una jovencita haitiana de 15 años al
despertarse en una camilla de un hospital ambulante y sus últimos
recuerdos fueran los de su hogar colapsando sobre su familia. Pensé
en el desconcierto al tratar de sobrellevar esa situación cuando se
está herido o se tiene una extremidad amputada. Incluso los amables
rostros y la preocupación de los doctores – personas extrañas
hablando en idiomas extranjeros – no son de gran ayuda. Tampoco
quitan el dolor de los niños que terminaron siendo huérfanos.
Después de todo lo que podemos hacer físicamente para traer el
alivio, sería apropiado y correcto pedir a nuestro Padre Celestial
que dé tranquilidad y calma para aliviar lo que estos esfuerzos no
pueden lograr. Hay personas que primeramente se preguntan por qué
Dios permite que sucedan estas cosas; no me incluyo. Los
movimientos tectónicos o las fuerzas sísmicas ocasionaron este
terremoto, no Dios. Creo que la etapa de vida en esta tierra
inevitablemente incluye los desastres imprevistos, tanto en las
naciones como a los hombres, mujeres y niños en lo individual. Creo
que en tales circunstancias los seres humanos sienten la necesidad
de ayudarse unos a otros, y que lo mejor de nuestro lado humano
surge en la forma en que enfrentamos las necesidades de unos y
otros. Las asociaciones que han ayudado a Haití son varias. Algunas
son religiosas y otras no. Durante las últimas dos semanas mi
Iglesia ha trabajado con las Naciones Unidas, con CARE (Cooperativa
para asistencia y auxilio en cualquier parte), Food for the Poor
(Alimentos para los pobres), International Relief and Development
(Ayuda internacional y desarrollo), la Cruz Roja Americana, Islamic
Relief (Socorro Musulmán), Manos que ayudan para Haití y Airline
Ambassadors. A pesar de las muchas diferencias, todos en este grupo
de ayuda desean hacer lo que sea mejor para la gente de Haití. No
existe más motivación que el amor y el cuidado para sus hermanos y
hermanas haitianos. Esto es la religión pura, en su forma más
sencilla e importante.
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