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La diferencia y la dignidad

Segundo artículo de una serie de cinco sobre el motivo razón por el cual la fe es importante para la sociedad

“Las personas y las comunidades necesitan espacio para probar diferentes modos de experiencia religiosa”, Alan Meese y Nathan Oman[1].

¿No sería más sencilla la vida si todos fuéramos iguales? Piensen en los conflictos que podríamos evitar si todos quisiéramos las mismas cosas, votáramos de la misma manera y asistiéramos a la misma iglesia. El problema, no obstante, es que tal mundo no existe.

La tentación de formar a todos a partir de “un mismo molde”, dijo Dieter F. Uchtdorf, segundo consejero de la Primera Presidencia de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, “contradiría la sabiduría de Dios, que creó a cada hombre diferente”[2].

Las sociedades están repletas de grupos de interés, bandos políticos, facciones culturales y organizaciones religiosas que proponen su propia visión de lo que constituye el bien. Cuando todos podemos expresarnos, las comunidades se ven beneficiadas. En la medida en que no causen perjuicio ni ejerzan coerción sobre ninguna persona, nuestras diferencias pueden enriquecer nuestra existencia común.

El rabí Jonathan Sacks comparó nuestra realidad social a los mecanismos de la naturaleza: “Al igual que el entorno natural depende de la biodiversidad, también el entorno humano depende de la diversidad cultural, ya que no hay ninguna civilización que abarque todas las expresiones espirituales, éticas y artísticas de la humanidad”[3]. El equilibrio entre muchos, no el dominio de uno, ofrece una mayor probabilidad de estabilidad.

Dado que no existe un grupo en particular que posea el monopolio de todo lo que es sabio, bello y justo, todos podemos aprender de todos los demás. En nuestras experiencias existen fisuras que deben repararse; en nuestras perspectivas hay espacios vacíos que deben llenarse. Hallamos significado en la relación humana cuando salimos de nosotros mismos y descubrimos la dignidad de los demás, aunque discrepemos. Nadie debería tener que renunciar a su identidad.

Este compromiso entre las diferencias se denomina pluralismo, una sociedad organizada bajo leyes y civilización comunes pero que carece de un sistema de creencias único que ejerza una influencia total. No solamente una, ni siquiera dos, sino muchas perspectivas y tradiciones pueden coexistir dentro de un marco moral compartido. Este ideal solamente funciona cuando las personas cultivan los hábitos y comportamientos propios de la urbanidad para comprender la visión única del mundo que tienen sus vecinos. En una edad repleta de filosofías, ideologías y reivindicaciones de la verdad, la paz y el orden dependen de ello.

La pluralidad es una parte normal de la sociedad, pero el problema llega cuando los más fuertes exigen la conformidad de todos los demás. Aumentan las presiones hacia el consenso. Crece el impulso para reducir las diferencias. En nombre de la unidad, las voces de mayor envergadura dominan a las más pequeñas. No obstante, esta tendencia suele acarrear consecuencias negativas. La unidad pasa a ser represión y surge un ciclo de tensión. La labor de una sociedad pluralista, en cambio, consiste en minimizar esta contienda.

El politólogo Samuel Huntington dijo que, de todos los elementos que definen las civilizaciones, “el más importante suele ser la religión”[4]. Por ello, no es sorprendente que muchos conflictos del mundo radiquen en la diferencia religiosa. Sin embargo, la solución consiste en dejar que florezcan las diferencias, no sofocarlas. Los estudios revelan que la protección de las variedades de experiencia religiosa va firmemente asociada con una mayor libertad civil y política, mayores libertades de prensa y económica, menos conflictos armados, mejores resultados en el ámbito de la salud, mayores niveles de ingresos, una mejor formación académica para las mujeres y un desarrollo humano superior en general[5]. En resumen, el pluralismo religioso libera espacio para que la vida se desenvuelva.

Nuestros desacuerdos, escribió un comentarista, no deberían “blandirse en contra de los demás en una batalla a muerte”[6]. La diversidad complica la vida, sin duda, pero también hace que merezca más la pena vivirla. El temor a nuestras diferencias suele suponer una amenaza mayor que las diferencias en sí.

Una y otra vez, la Biblia nos dirige hacia los que son diferentes. “No os olvidéis de la hospitalidad”, dice, “porque por ésta algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles”[7]. Del mismo modo, nuestras diferencias pueden representar bendiciones disfrazadas, ya que la dignidad humana no es siempre como parece a primera vista.

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[1] Véase Alan J. Meese, Nathan B. Oman, “Hobby Lobby, Corporate Law, and the Theory of the Firm”, Harvard Law Review Forum, 20 de mayo de 2014.
[2] Dieter F. Uchtdorf, “Cuatro títulos”, conferencia general de abril de 2013.
[3] Véase Jonathan Sacks, The Dignity of Difference, 2005, pág. 62.
[4] Véase Samuel P. Huntington, The Clash of Civilizations and the Remaking of World Order, 1996, pág. 42.
[5] Véase Brian J. Grim, Roger Finke, The Price of Freedom Denied, 2011, pág. 206.
[6] Véase Ross Douthat, “A Company Liberals Could Love”, New York Times, 5 de julio de 2014.
[7] Hebreos 13:2.

 

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